“Yo creo que, si a uno le afecta, pues le afectó. Luego pasan los accidentes y también estamos expuestos. Anteayer 15 toneladas de frijol me cayeron, me libré por poco. Cuando Dios me recoja pues me voy contento”. Pedro Muñoz tiene 42 años y lleva dos décadas acudiendo como peregrino a la Basílica de Guadalupe, ubicada en el norte de la Ciudad de México. Hoy, 12 de diciembre, todo es distinto. Hace un año, la zona estaba llena de peregrinos que acampan en las inmediaciones del templo para seguir los festejos religiosos. Hoy el área está desolada. Hay filtros para impedir el acceso, vallas que cierran las calles y policías que recuerdan que estamos en medio de una pandemia y que hay que extremar las medidas de seguridad para evitar los contagios por covid-19.
La peregrinación a la Basílica de Guadalupe, ubicada en el cerro de Tepeyac, es la mayor movilización de fieles de América Latina. Desde el siglo XVI los creyentes llegan al lugar en el que dicen que se apareció la conocida como “Virgen Morena” y convierten la zona en un inmenso lugar de culto por el que pasan millones de personas. Muchos de ellos llegan caminando, e incluso de rodillas desde distintos puntos del país y en ocasiones cargan con imágenes de la virgen para que sean bendecidas en el templo. El pasado año, solo el 12 de diciembre se contabilizaron dos millones de personas, que llegan hasta los 10 millones de fieles si se cuenta desde el primero de mes. La gravedad de la pandemia por coronavirus obligó a las autoridades eclesiásticas y al gobierno de la Ciudad de México a decretar el cierre de la zona para impedir el paso de peregrinos.
México se encuentra inmerso en la segunda ola de contagios por covid-19. Hasta el sábado, 11 de diciembre, se habían detectado más de 113.000 fallecimientos y más de 1,2 millones de contagios. En términos absolutos es el cuarto país del mundo con mayor número de muertos, pero en relación a su población se encuentra en el número 12. La Ciudad de México está además en alerta máxima y su jefa de gobierno, Claudia Sheinbaum, advirtió de que el colapso hospitalario puede llegar en una semana.
En este contexto, la peregrinación a la Basílica era un riesgo que las autoridades no quisieron correr. Incluso intervino el papa Francisco, que prometió la indulgencia a quienes realizasen las celebraciones desde sus casas y evitasen los desplazamientos.
Las advertencias fueron eficaces. Apenas unos centenares de fieles se acercaron a la Basílica entre el viernes y el sábado. Muñoz es uno de ellos. Explica que llegó desde Xalapa, en el estado de Veracruz, 300 kilómetros al este de la capital. “Vengo a hacer un juramento, a prometer que tendré una vida recta y que no agarraré vicios”, argumenta.
Mientras Muñoz habla, un grupo de cuatro mujeres se arrodilla ante el filtro policial y comienza a rezar el “Ave María”. Durante una hora mantienen sus plegarias mientras que los policías tratan de explicarles que el mandato es que sigan circulando. Ellas siguen con sus rezos y se marchan. “Vine porque soy mexicana y católica”, dice una de ellas mientras se retira de la zona. En realidad esto es una anécdota. La gran mayoría de los fieles se quedó en casa y siguió las celebraciones a través de Internet.
“La verdad, esto está muy triste, sin gente ni nada”, explica Alejandro Calderón, que llegó desde Puebla, a 130 kilómetros. Lleva tres días caminando y esta es una tradición que heredó de su padre Manuel, quien le acompaña en la caminata. “Desde siempre se ha adorado a esta virgen. Claro que tenemos miedo al coronavirus. Pero vinimos a pesar de la enfermedad, porque tuvimos el valor”, explica.
Los tres están sentados en una de las calles aledañas a la Basílica. Añoran aquellos tiempos en los que eran un grupito más del mar de seres humanos que se agolpaba para venerar a la virgen. “Aquí se ubicaba un grupo de baile”, dice uno de los hermanos. “Allá repartían comida”, recuerda el otro.
Asegura Calderón que conoce las medidas para evitar los contagios y que se lava las manos y se cubre la boca para no enfermar.
“A la virgen le pido por muchas cosas, por estar bien conmigo mismo y con todas las personas. Queremos estar bien en estos tiempos difíciles”, argumenta.
La ausencia de peregrinos y de turistas golpeó duramente la economía de la zona. Los alrededores de la Basílica están llenos de comercios con veladoras e imágenes religiosas, así como zapaterías para que los peregrinos renueven el calzado gastado por los días de caminata. Este año, sin embargo, nadie llega a comprar. El último día en el que la Basílica estuvo abierta fue el miércoles, 9 de diciembre, y apenas 35.000 personas desfilaron por el templo. Nada que pueda resolver la crisis. Irma Nicolasa, de 43 años, trabaja como dependienta en una de las tiendas con vistas a la iglesia. Pero hoy está cerrada, por lo que no ha podido realizar ni una sola venta. “Mantenemos abierta porque algunos fieles si que vienen, pero hemos perdido el 80% de las ventas”, asegura.
Este año no hubo milagro que salvase la peregrinación, convertida en símbolo religioso, pero también parte de la identidad de México. Los escasos peregrinos que desafiaron la prohibición y llegaron hasta el templo confían en la intercesión divina para que el próximo año la tradición se haya recuperado.
Alberto Pradilla
@albertopradilla
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