‘Cholets’, arquitectura neoandina a la medida de la burguesía boliviana

‘Cholets’, arquitectura neoandina a la medida de la burguesía boliviana

El Alto es una ciudad de más de 800.000 habitantes que nació por encima de La Paz. Son dos ciudades distintas pero pegadas. Cada una es contexto de la otra. Desde La Paz se ve constantemente el Alto y viceversa. Se retroalimentan, se necesitan, se quieren pero también se definen y diferencian. Las une —desde 2014— el Teleférico. Y antes, unas rutas (que todavía existen) lo suficientemente onduladas y empinadas como para marear a cualquier foráneo.

El Alto está a unos 4150 metros sobre el nivel del mar y La Paz un poco más abajo, a 3640. En ambas ciudades es difícil respirar hasta que el organismo, con el paso de los días, paciencia y confianza, se aclimata. Oxígeno más, oxígeno menos, cada una tiene una personalidad que no negocia.

Y es en medio de esta infinidad de casas de ladrillo del Alto que aparecen unas construcciones especialmente coloridas de formas geográficas y firma de autor. Se conocen como ‘cholets’, un juego de palabras entre ‘chola’ y ‘chalets’. Al autor de estas obras, el arquitecto Freddy Mamani, el término no le encanta. “Es que ‘cholo’ a veces puede utilizarse de manera ofensiva. Pero está bien, ya acepté el término y entiendo que se lo dice en forma positiva”, opina en diálogo con RT Mamani.

Una de las obras de Mamani. El Alto, La Paz. Octubre 2019. / Julia Muriel Dominzain / RT

En vez de ‘cholets’ a él le gusta nombrar sus obras académicamente: “Se trata de arquitectura neoandina”, afirma mientras camina por una obra en construcción, a punto de ser terminada.

Es predominantemente naranja y tiene los pisos más altos (los principales) casi listos. De hecho, en la semana el dueño los usó para hacer una pequeña fiesta. Pero sólo por un día, porque después seguía la obra. Mientras charlamos, en la terraza desde la que se ve casi todo el Alto, dos jóvenes pintan meticulosamente los techos con relieve de los dormitorios.

Freddy especifica que, solo la etapa de la pintura, puede llevar desde tres meses a un año. Y es que la terminación —en su obra— lo es todo. Así señala con cariño cada esquina, cada hueco en el que decidió que irá una luz led oculta, cada flor con relieve que incrustó en una pared. Mientras recorre la obra —se nota— la vuelve a disfrutar.

Sus ya más de 100 creaciones a lo largo y ancho del país llamaron la atención del público nacional e internacional con mucha rapidez.

Pero, ¿cómo se dio cuenta Freddy de que hacía algo diferente?; ¿lo buscó? Esas son mis principales dudas. Y se las digo. “Es muy común en Bolivia migrar a la ciudad. De hecho, el Alto nació y se creó así. Cuando yo llegué, noté que era todo igual, todo ladrillo, faltaba color. En paralelo, en la Universidad notaba que nos hacían estudiar todo el tiempo arquitectos extranjeros y yo sentía que faltaba algo propio”, recopila.

Mamani en una de las obras que actualmente tiene en construcción. El Alto, La Paz. Octubre de 2019. / Julia Muriel Dominzain / RT

Fue así, uniendo esas dos inquietudes, que Freddy creó su estilo. Pero además, es un tipo de construcción que recoge, reconoce, pone en valor el uso ideal para un habitante del Alto de una vivienda que se precie. Sus clientes suelen ser comerciantes a los que les fue bien o incluso mineros. Alguien que tenga alrededor de 200.000 dólares para destinar en algo que —ojo— le redundará en dinero. Una verdadera inversión.

Obra de Mamani. El Alto, La Paz. Octubre de 2019. / Julia Muriel Dominzain / RT

Los ‘cholets’ mantienen una estructura similar entre sí: en los pisos de abajo, espacios listos para funcionar como comercios. En el intermedio, un salón de fiesta. Como comenta su asesor, en Bolivia son muy comunes las fiestas familiares o barriales: “Trabajamos sin parar, no hay vacaciones. Pero hay algo cierto: si tenemos 365 días del año, tenemos 365 fiestas“. Suena lógico, por estos lares, tener un salón a mano.

Ya en los pisos superiores, Freddy suele construir un par de departamentos. “Algunos los ponen en alquiler para recibir un ingreso más y otros se lo dan a sus hijos cuando crecen”, comenta el arquitecto. En los dos pisos de arriba (terraza con vista a todo incluida) vive el dueño, el comprador. Debajo suyo, su imperio.

Todos los ambientes son megaluminosos, con ventanas amplias pero tornasoladas. El sol puede ponerse muy intenso en estas latitudes pero también es —todavía— muy necesario para calefaccionar. El Alto puede ponerse muy frío y todo lo que el sol mientras estuvo haya podido calentar, hay que haberlo aprovechado.

A las habitaciones, unos firuletes de flores con un diseño exclusivo en cada pieza las hacen únicas. Y la decisión de la paleta de colores es fundamental. Ahí Freddy no negocia mucho: “Con el cliente converso qué color básico quiere, después con eso yo armo el resto de la paleta“, explica.

Mamani muestra su obra por dentro. El Alto, La Paz. Octubre 2019. / Julia Muriel Dominzain / RT

Freddy puede ponerse muy detallista. De hecho, lo mueven más las minúsculas terminaciones que el dinero. Ha llegado a pagar de su bolsillo modificaciones a último momento que al cliente no le interesaban, pero a él sí solamente para dejar su obra perfecta. También, en otros casos, a las construcciones a las que por equis motivo no pudo dejar como él hubiera querido, directamente no las considera (ni muestra como) de su autoría. Y listo.

Viajan a verlo de todo el mundo: arquitectos, artistas, filósofos, turistas y curiosos. Pero Freddy sigue centrado: todavía, explica, en El Alto falta color. Lo dice mientras mira desde la terraza. “¿Ves? Mucho ladrillo. Eso es porque las autoridades hacen todo al revés. En vez de estimular que la gente deje lindas sus casas, es más barato en cuanto a impuestos dejar la casa registrada como ‘sin finalizar’“, cuenta.

Obra por dentro. El Alto, La Paz. Octubre 2019. / Julia Muriel Dominzain / RT

Pero hay otro detalle urbano más: hace mucho frío en esta zona y la calefacción no abunda. Entonces no existen los pulmones de manzana. Básicamente porque se generaría ‘chiflete’, corriente de aire, helada. Por eso todos hacen sus casas pensando en que serán la medianera de otra que —eventualmente— se va a construir.

A diferencia de La Paz, que tiene zonas y barrios más definidos, en El Alto —cuenta Mamani— el que tiene dinero y quiere construir su casa lo hace en donde encuentra un terreno. “Aquí ningún lado es más rico que otro“, bromea. “Somos todos ricos”, agrega.

Vista desde la terraza. El Alto, La Paz. Octubre 2019. / Julia Muriel Dominzain / RT

Pero en ese chiste hay un punto. Se ha dicho que los ‘cholets’ son casas de la ‘nueva burguesía andina’. Y si bien hay algo de cierto ahí (durante los 13 años que lleva de gobierno Evo Morales la economía de Bolivia sorprendió a propios y ajenos por su crecimiento constante y sostenido), Freddy no está cien por ciento de acuerdo. “No es que antes no hubiera dinero o no hubiera gente con dinero: es que no tenían forma de mostrarlo”, reflexiona. Ahora esta arquitectura neo andina les provee de un lenguaje con el que antes no contaban.

Y verdaderamente, entre los ladrillos, las ferias, las calles de tierra y las desordenadas autopistas, los puestos ambulantes y los toldos, los minibuses y los perros, las obras de Freddy llaman la atención. Pero además no son estáticas. Y es que al no ser solamente viviendas, los locales cambian, los comercios mutan el nombre, la cartelería varía, la vida sucede, dinámica, como en el resto del frenético Alto.

Mientras el asesor nos acompaña a recorrer algunas de sus obras, nos aclara: aquella de ahí no es de Freddy, es copia. Y sí: ya han apreciado sus imitadores. Por ahora, es verdad, se nota cuál es cuál. Pero lo cierto es que inauguró un estilo.

Julia Muriel Dominzain

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